jueves, 12 de mayo de 2011
Naderías
En la entrada de mi casa, crece una humedad. Unos pasos más allá, una grieta. Los objetos hablan un curioso lenguaje de metáforas y símbolos. La grieta es el descampado de mis sueños que florece en primavera, salvaje, zafio, incapaz de ser domesticado. Me gusta esa grieta de luz que viene con marzo y los soles templados; esa grieta que me hace volver a la turgencia, a cuando no interpretábamos ni los gestos, ni las palabras, ni a nosotros mismos. Y luego está la humedad. Que será reparada. Que será solventada. Pronto, sí. Pero que recorre los días desconchando la pintura y la forma. Que es también un poco llaga cubierta de nube o de algodón. Y que es incómoda. Y por eso me gusta. Porque está viva y grita y parece que hasta tiene sabor.
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