sábado, 22 de septiembre de 2012

Casi todas las veces

Huyo hacia la noche. Desde la luz hacia la noche, por la carretera, para escarbar la oscuridad que ocultan las montañas rojas de lenguas rojas y brechas rojas, donde el auxilio tiene forma de postes de la luz y cables infinitos que vertebran las demás colinas que se nos escapan.

Así que, huyo hacia la noche, sacándome de mí, abriendo las costuras del duermevela. Unas horas antes, cuando el destemple, una voz de rigor baboso se me ha posado en la espalda y ha ascendido hasta el cuello. Me he quedado en el pavor y en el asco y en la excitación y en la electricidad, hasta que se ha desvanecido y he intentado entender qué hacía mi cuerpo con todo eso. Y también he intentado entender si hacía frío o hacía calor.

Pero eso fue unas horas antes de unas horas después, cuando salgo a la intemperie y digo en voz alta "intemperie" y también me digo que la noche no sería una tragedia si permaneciese así, callada, y si yo no corriese o si yo fuese inmune. Entonces subo al coche, y huyo hacia la noche y creo, creo intensamente, que podría partirme o que podría caérseme el día encima, incluso podría salírseme el día desde dentro, pero corro hacia la noche, otra vez, casi todas las veces.