miércoles, 22 de agosto de 2012

Dentro del organismo

Los herpes perviven dentro del organismo. De vez en cuando, vete tú a saber por qué, rebrotan y se ponen a arder por varios días.

J. pervive dentro de mi organismo. Con las ventiscas, las lluvias de rocas o los puñados de arena, el cloro, la sal, la hierba fresca, todo el sexo con alas, septiembre, la intuición de septiembre, la muerte siempre... entonces, digo, con todas esas cosas y más, J, que vive residual en mi organismo, rebrota y se me hace cuerpo.

[Como los herpes,
como los fuegos,
su recuerdo es
una quemazón que intento bordear con
el ápice de la lengua].

Hace como once vidas que creí que me había curado de este molesto herpes que aparece justo en el centro de mi labio superior, que justito me enferma la raíz de los besos y proclama o el comienzo de un ciclo o la precariedad de las estancias o alguna pena que me ha mordido el hígado. A veces me vienen las penas como puñaditos de aves lanzadas y níveas. Me vienen las penas y me vienen los fuegos y me viene septiembre y me vienen los muertos. Entonces, J., allí, más allá de once vidas atrás, con la forma convulsa de las cartas y de todas fugas.

Y al cabo de unos siete días, aproximadamente, se me duerme otra vez.

lunes, 6 de agosto de 2012

Esta es la mitad de la circunferencia

Estoy seca de verbo. El verano me estría la palabra. Sólo hago acopio de soles para cuando vengan los domingos de diciembre y enero. Y puede que febrero.

Mientras y ahora, cada dos o tres días, me abandono - siempre de noche- y las palabras vivifican los fuegos. Después dejo que se escapen, que caigan en la arena, que pierdan cualquier asidero.

Es toda una opereta del exceso y es un cuerpo orquestado para la desmesura. Y está bien. Es que, yo no tengo culpa -mis padres así lo procuraron- ni sé si la de ayer fui yo. Sí sé que tengo la palabra seca de agosto y que en las noches el habla se me escurre y quedamos las dos derramadas de liviandad y risas.