Te
juro que hago todo lo posible para que no lo veáis.
Pero
esa tarde estaba con la guardia baja y teníamos que caminar tres o cuatro
manzanas atestadas de gentes rebajadas en julio. Y aunque lo intentase, ya
estaba en la alucinación y tú no caminabas a mi izquierda; estaba tu voz que
hacía todo lo posible por ser un contrapeso. Y yo te decía eso de que no pasaba
nada, que nosotras teníamos la sangre enferma y que éramos supervivientes de la
locura, que blandíamos el germen de la locura en nuestros cromosomas y que así
debíamos vivir, así habíamos aprendido a vivir, al menos.
Voy
a ordenar todo esto, P. Voy a justificarme. Quiero hacerlo. Creo que ahora sí
sé lo que estoy diciendo. Lo he pensado durante tres días para estar más
segura.
Ese
día no, P. Ese día estaba fuera. Perdón, estaba dentro. Es decir, que no estaba
contigo en esas cuatro manzanas. Si vinieron a mí tus palabras. Recuerdo lo que
me contaste porque te vi cuando eras niña, ya con tu carne de naranjo en
verano, y mirabas tu propia historia y se te abrían los ojos. Yo sentí que tú
me hablabas desde los diez años (todo esto me lo he inventado, pero era así
como yo le daba forma cuando tú me lo hablabas); venías de la piscina y tenías el
pelo enredado. Te envolvías en la toalla y entrabas a tu casa. Y mirabas todo
aquello que era tu secreto con esa misma cara que me estás poniendo a mí, de
entre compasión y ternura y un poco de pesar.
En
fin, P, que ese es tu secreto, pero que sí que te escuché, y que yo tenía que
haberme callado y no pude, porque no estaba allí, sino que estaba en mí, en mi
alucinación.
Hago
todo lo posible para que no se me note, pero esa tarde pasó. Hago todo lo
posible para que el monólogo esté encubierto. He necesitado largas horas de
espejo. Transformaciones apenas apreciables que han ido modificando mi rostro
hasta ser lo que debía ser. Para crear el espacio preciso, una distancia de más de
un palmo que mediara entre el afuera y el monólogo.
El
monólogo corrupto. El monólogo que devora todo, que me lleva tan dentro de mí
que casi me extingo. Y que me engatusa, joder, que me pierde. Si no fuese por
el monólogo, - enfermo, tórrido, violento, vaginal, medular, viviente - ya me
habría podrido de lo que debe ser. Esto es así, P, bonita, me da todo bastante
asco. Yo a mí misma me doy mucho asco. No puedo escribir la mitad de mis
pensamientos rumiados. No me dejo. Saco una especie de regla y me golpeo: no,
no, no. Así que, sí, casi todo pasa de
puertas para adentro. Cuando rumio. Cuando comienza esta columnata de ideas ascendentes
y descendentes que me turban y me desposeen. Te juro que hago todo lo posible
para que no lo veáis, pero me pillaste con la guardia baja y había cuatro
manzanas con calor y gente.