jueves, 28 de julio de 2011

Del languidecer

0.
Ustedes se creen que languidecer es simple. Créanlo.

1.
Es necesario pasar las piernas a través de la baranda y dejar que los pies cuelguen en el vacío (más allá de las cuerdas de tender, de las pinzas que sostienen los vecinos). Es necesario mirar el horizonte como un hecho o un objeto, dotado de tacto y de matices, dotado tal vez de voz: hacerlo interlocutor.
Luego, hay que llevarse a una misma con él, por encima del vértigo, sobrevolando calles y edificios, como si esa camisa de ahí abajo echase a volar, y ascendiese y descendiese y fuese algo que no tiene nombre (porque una camisa que vuela no tiene nombre, es algo que pasa) y comprendes cuando estás sentada con las piernas a través de la baranda, y languideces o haces de sol cuando se pone, y aprendes a trazar las líneas difusas, a hablarle de tú al horizonte.

2.
Languidecer así no es simple. Ocurre que las horas a veces se derraman en el suelo y tú las pisas y llenas toda la casa, todo el salón y el pasillo de huellas. Las horas y su densidad de barrizal. Y vas a la baranda o te sientas en el suelo del cuarto de baño o te pones de pie en la encimera o confías en que esa chica del espejo se atreva a dirigirte la palabra. Tibiamente, humana, con sus desperfectos y sus días de luz.

3.
La abuela tenía razón.
Si te pones en la corriente, te puedes constipar.
Yo también tenía razón.
¡Qué vengan las corrientes de aire del verano a levantarme la falda!

martes, 26 de julio de 2011

Fragmento

(...) ¿Cómo se llama ese estado que media entre el sueño y la vigilia? Coincidirá conmigo en que es un terreno difuso, de contornos que se evaporan. A mí no me sale diferenciar qué es real y qué no lo es, y menos en esas horas que chorrean, que padecen una forma de viscosidad violenta y bella... ¿Contradictorio? No lo creo. Bien, pues le sigo contando lo que veía en esa madrugada tan porosa...

Había miniaturas de otra época que se movían en círculo. Juguetes antiguos, bailarinas, soldaditos, en granates y beis y azules opacos; todo como girando en un tiovivo y con una música extracorpórea, que te llevaba allí, más allá del levante, donde las nubes sirven para recostarse. Creo que era un vals, pero un vals contemporaneizado (un vals pasado por un filtro modernísimo que mira los objetos desde un ángulo melancólico). Y todo giraba y giraba, cada vez más rápido, cada vez con más luz, y con más éxtasis, y los juguetes caían, y los colores caían, y la cadencia se hacía ritmo, y aparecía la enajenación, y el desorden, y el delirio, y llegaba el destello, como un arrebato.


Déjeme dos líneas en blanco para respirar...


¿He logrado explicarme? ¿Usted sabe cómo se llama esa hora, entonces? ¿Esa hora en que lo real se difumina...?

martes, 12 de julio de 2011

Un señor

Tenía algo que contar. Algo sobre un señor. Un señor hermoso. Con una nariz hermosa. Un señor que parece pertenecer a la calle o a la arena o a la piel endurecida, que no sé cual es, pero la conozco. (Las pieles y sus lenguajes). Un señor que transita las calles paralelas, las adyacentes. Un señor que parece saber siempre dónde va.

Y claro, yo; yo ya casi he aprendido los misterios de la contención (miento, pero aquí vale), y sin embargo, siempre le miro. Le miro descaradamente. No le grito, pero no es necesario. Le miro como gritando. Y él sólo sonríe un poco, como con piedad. Y continúa caminando, y yo continúo caminando.

Continúo caminando también por esas calles otras, como reservadas a los que no estamos del todo aquí. Y continúo caminando y me voy girando. Y me digo: "Dile que tú también estás en esas calles descampadas. Dile que le conoces de antiguo. Dile que estás a punto de algo trascendente y verbal, que ahora sólo puede insinuarse con desorden. Dile que sabes que no todas las pieles tienen la misma gramática".

jueves, 7 de julio de 2011

Recortes estivales

1.
La siesta en esta casa es un vendaval. Los papeles vuelan. Mi falda vuela. Yo a veces también vuelo. Hay una sombra verde y un silencio de aves y de aves, y también de hojas arrastradas por los aires. Cuando me incorporo recojo algunos pétalos. Otras veces los dejo. ¿Qué más da? Los pétalos son esdrújulos y son bellos.

2.
A las nueve de la noche el cielo es rosa y violáceo, y más que cielo parece el sonido que sucede al sonido. La marca sonora que dejan unos zapatos de tacón tras su paso. Es un cielo que sostiene tu respiración. A veces no puedes creerlo y te limitas a dejar que suceda.

3.
Desde la ventana, un puñadito de pájaros se desordena azul. Parecen restos de papel quemado que ascienden y descienden, llevados por el humo. La vibración del sol los difumina. Pájaros, papel quemado, el imposible azul de la mañana.