El
hombre de la escafandra tiene las manos grandes. Grandes y fuertes de limpiar
los cascotes de los barcos. Los barcos y la fauna y la flora y los secretos de
los territorios subacuáticos. “Es
otro mundo, es el paisaje abisal”. Me dice algo así. “Todos terminamos un poco locos
por la falta de oxígeno. Y todos somos un poco piratas”. Lo dice sin soltarme
mi mano infinitesimal que se pierde en la suya.
Mientras
recorríamos el planeta submarino, el bosque que queda en las inmediaciones y el
paisaje montañoso, el suelo del dormitorio se ha llenado de algas y corales. Y
a mí empieza a faltarme el aire. “Si salgo de aquí antes de que suba la marea,
todavía podré alcanzar la orilla con facilidad”.
Así
que suelto la mano de sal y de rocas del hombre de la escafandra y llego
nadando a la tierra de los seres verticales. Desde alta mar se despide y su mano ahora no es más que un punto. Un segundo después, se deja tragar
por las olas y las aguas saladas.