jueves, 21 de agosto de 2014

Acento


Escribo con otro acento.
Escribo con otro acento para notar como otras latitudes pueden vivir dentro de mí, cómo soy más lugares que los que soy.

Si escribo con otro acento, soy otra y soy otro lugar.
Padezco y gozo como el espacio de ese acento.
Hago míos el ritmo acentual de sus palabras, que al final es el ritmo de sus días.

A veces escribo con el acento de la noche, que también es diferente y tiene otra cadencia.
No solemos mezclar esas ideas -las horas, los espacios, los acentos- pero todo va configurándonos.

Si hago que mis eses sean largas, me crecen faldones blancos y se me enciende el escote. Dejo de andar y hablo recostada.
Cuando las erres, me inundo del amargor de la cerveza.
Al hablar despacio, se me hace secreta la vida, y sucedo en los callejones que sólo existen al anochecer.

Me pongo otro acento y estiro de mi lengua para que me lleve.

Una vez cambié de acento y me cambié de sexo.
Otra vez, cambié de acento y me cambié de siglo.

Escribo con otro acento y noto el filamento del idioma, su tensión primera, el mundo descubierto en la palabra, los latidos, la cosa elemental.

Mi casa es una esfera con forma de universo.