lunes, 15 de junio de 2015

También, entonces...

También, entonces, pasaba mucho a tiempo a solas.
Unas veces, en verano, descalza, intentaba atravesar el pasillo trasero de la urbanización sin pisar el suelo, recorriendo el murete que cercaba los bungalows.
Me gustaba que la pintura blanca de la tapia se me clavase en los pies. Me gustaba la parte de atrás y el silencio.
Sobre la una del mediodía, en algunas casas, se escuchaban ruidos de platos, y olía a ajo y a cebolla; yo recorría el muro muy callada para que no me vieran.
Me pensaba en un precipicio.
Me caía a menudo porque los cipreses habían crecido y no me dejaban pasar, y volvía a empezar.
Llevaba algunos rasguños en la cara interna de los muslos, en los antebrazos, en las rodillas.
Cuando te los hacías, sentías un poco de quemazón pero se pasaba pronto, en cuanto te metías en la piscina.