domingo, 15 de mayo de 2011

Hormigas (extrañamiento)

Quedo dormida y noto como se desdibuja mi pierna: desde el tobillo, corrigiendo el gemelo, acampada en la cuenca trasera de la rodilla y hasta el muslo, o más allá del muslo, un hilera de hormigas. Una hilera de hormigas me recorre, entre cosquillas, caricias ajenas que quizá, no sé, podrían llegar a gustarme, en la zozobra.
Me dejo. Me dejo hacer un poco. Quiero saber qué pasa.
La fila conquista la cadera: perfila la redondez de escafandra de las nalgas, desciende a la cintura, como si se tratase de un cabo. Una pequeña expedición reconoce el ombligo y sus llanuras. Hacía mucho tiempo que no era retratada. Y mientras pienso, noto el ascenso al costillar, el vértice del pecho, estación en la axila. (Cierro los ojos y suspiro. No soy yo, no son ellas; es la piel y sus hambres). Desde allí se organiza excursión a la palma de la mano, con descenso por el brazo profundo que se eriza. Continúo. Me gusta este abandono extraño que hoy me he concedido.
La hilera minimiza los ángulos de los hombros; las clavículas son finas hendiduras en sus patas; y luego el cuello. Esta región debería señalizar sus riesgos: sospecho que la electricidad se inventó en el cuello de una mujer encendida. Un escalofrío desmonta la alineación de hormigas. Todo se desordena en una marisma de patas y de negro. He de abrir los ojos y salir.
Una lástima. Estaba siendo hermoso ser tan bella...

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