Este camino invertebrado tiene forma de pantano. Tiene forma
de infinito. Camino y soy los matojos que me arañan, y camino y me crece encima
el aroma de la periferia. Mi ciudad, mi casa, las afueras.
A veces me dejo caer sobre la tierra: soy la caja de
resonancia de su latido. Me explica que las montañas son mujeres tendidas y
encrespadas. Vaya, le digo. Y me reverbera dentro. Entonces caigo dormido, ya
he hecho suficiente por hoy.
En otros a veces dibujo las líneas maestras de mi dormitorio
sobre la tierra – todos esos ellos están tan lejos- y tengo una cama y tengo un
pupitre y tengo una silla y un armario y un arcón. Es muy importante tener un
arcón. En él guardo los tesoros: piedras triangulares, azulejos rotos. En mi
dormitorio dibujado hay un espejo y una pila. Hago como si tuviese una rutina:
me lavo los dientes, me lavo la cara, reflexiono sentado sobre la cama… son mis
mejores formas de higiene.
Pero no, en otros a veces no, en otros a veces corro o hablo
o escupo. Me siento en una ladera y miro de lejos el perfil de la ciudad y los
restos que tienen las luces de los ellos. Se podría decir que están ardiendo.
Se podría decir que también están fuera aunque estén dentro. Qué complicado.
Respiro y vuelvo a dormirme. Ya he hecho suficiente por hoy.
(Texto escrito para un proyecto de escritura ideado por Laura Boj www.taratela.com)