jueves, 1 de octubre de 2009

Día a día

Mis últimas semanas se están desarrollando como una sucesión de actividades infinitas. Apenas tengo tiempo de parar, y cuando lo hago, no es porque haya terminado con mis ocupaciones, sino porque el cuerpo no me responde. El cuerpo, la debilidad, el agotamiento se imponen frente a la voluntad de ser una todoterreno. En ese estado, melindroso y lacónico, deseo con fuerza una vida serena, de pocas pretensiones, con una actividad centrada en lo rutinario. Hasta confieso que llego a desear cierta vulgaridad ordinaria, como sentarse delante de la televisión y no leer otra cosa que revistas del corazón. A veces también deseo dejar de ser independiente, y llegar a casa y tener la comida en la mesa y la ropa lavada y planchada, y un compañero que me diga: "Siéntate en el sofá que voy a darte un masaje en los pies, mientras vemos cualquier comedia de Doris Day". Todo esto lo pienso mientras termino los ejercicios de japonés, preparo las actividades de comentario de texto para los de segundo de bachillerato, llamo a mi padre para comer hoy a mediodía, confirmo mi asistencia a la cena del sábado, repaso los puntos que debo tratar en mi tutoría, pongo una lavadora, me recuerdo que no queda leche en la nevera y echo un vistazo a los apuntes del doctorado que debo estudiarme este fin de semana. Vuelvo a la realidad, se me acabado el tiempo de las ensoñaciones.

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