domingo, 19 de junio de 2011

Brotar. Ser alarido.

Comenzaba en el suelo, en la tierra, semiatrapada en la cobertura de las formas. Con los primeros acordes, aparecían los movimiento rotatorios y circulares. Una pierna. Una pierna comenzaba la fuga de la disciplina de las rectas. Surgía, entre convulsiones, desprendida y acompasada por los demás miembros del cuerpo. (En el segundo tempo, yo ya había desaparecido). La otra pierna brotaba violentamente hacia el cielo, y el tronco y los brazos buscaban ascender como en busca de la luz, de una luz debilitada o perdida no se sabe cuándo. Ansiaban salir de los cuadrados, el cuerpo y sus partes.

(Los cuadrados ahogan. Los cuadrados quisieron matarme. Y aprendí a ser una espiral que se disfrazaba con ángulos rectos).

(La matemática prevé el caos. La matemática hace cosas hermosas y hace cosas violentas. Yo no puedo explicar lo que sólo sé desde la región límbica).

En la verticalidad, en la atmósfera de esta soledad, en estas paredes, el cuerpo es una burbuja que se mueve libre, que danza libre, que describe formas más bellas que las formas que se pueden nombrar. A veces el cuerpo es una rosa. Otras veces, el cuerpo es un alarido. Las cantatas religiosas como fuente de concupiscencia. Es así, no puede ser de otra manera en estas coordenadas. El cuerpo, la carne, el movimiento, el aire, la densidad, el éxtasis, la virulencia del éxtasis. Los labios, entreabiertos, como detenidos en un suspiro, dibujando la curvatura que trazan los anhelos.

2 comentarios:

  1. Sin la verticalidad y sin la soledad, no podrías haber hecho una narración tan hermosa.

    RMX

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