Otro día. Bonsái, de Zambra.
Habla B.
¿Ves cómo empieza? Antes fue poeta; eso se nota.
Otro día: el espacio de la poesía.
Hablo yo.
El lugar de la palabra poética lo imagino como un borde, un perfil, a veces orilla, a veces acantilado, en función de cómo se llegue a él, de lo abrupto que sea el encuentro.
B. asiente.
Por eso, muchas veces la palabra se va desprendiendo al cruzar el límite de la significación, al aproximarse a nombrar como quien toca con miedo (¿como quien toca otro cuerpo?).
Aha.
Pero, a veces la palabra poética, puede no dirigirse más allá del límite; puede desde ese filo mirar a tierra adentro, acercarse a nombrar lo que puede pisarse, extenderse hacia lo cotidiano, encontrar lo que de orilla hay en poner lavadoras. Entra en el entramado de palabras, se acerca a la trabazón de lo narrado, y desde esa periferia poética, se atreve a contar.
Aha.
Nos vamos a comer.
B. se queda en el filo del acantilado, con su palabra resto, a punto de extinguirse.
Sin dejar de mirarnos, yo me adentro en la tierra.
Otro día: el espacio de la poesía.
Hablo yo.
El lugar de la palabra poética lo imagino como un borde, un perfil, a veces orilla, a veces acantilado, en función de cómo se llegue a él, de lo abrupto que sea el encuentro.
B. asiente.
Por eso, muchas veces la palabra se va desprendiendo al cruzar el límite de la significación, al aproximarse a nombrar como quien toca con miedo (¿como quien toca otro cuerpo?).
Aha.
Pero, a veces la palabra poética, puede no dirigirse más allá del límite; puede desde ese filo mirar a tierra adentro, acercarse a nombrar lo que puede pisarse, extenderse hacia lo cotidiano, encontrar lo que de orilla hay en poner lavadoras. Entra en el entramado de palabras, se acerca a la trabazón de lo narrado, y desde esa periferia poética, se atreve a contar.
Aha.
Nos vamos a comer.
B. se queda en el filo del acantilado, con su palabra resto, a punto de extinguirse.
Sin dejar de mirarnos, yo me adentro en la tierra.
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