martes, 26 de enero de 2016

Notas al margen. Narrar.

A su manera y casi sin saberlo, B. me insta a narrar. Me lee un fragmento al otro lado del teléfono. Esto podrías haberlo escrito tú.

Otro día. Bonsái, de Zambra. 
Habla B. 
¿Ves cómo empieza? Antes fue poeta; eso se nota.

Otro día: el espacio de la poesía.
Hablo yo.  
El lugar de la palabra poética lo imagino como un borde, un perfil, a veces orilla, a veces acantilado, en función de cómo se llegue a él, de lo abrupto que sea el encuentro
B. asiente.  
Por eso, muchas veces la palabra se va desprendiendo al cruzar el límite de la significación, al aproximarse a nombrar como quien toca con miedo (¿como quien toca otro cuerpo?). 
Aha.  
Pero, a veces la palabra poética, puede no dirigirse más allá del límite; puede desde ese filo mirar a tierra adentro, acercarse a nombrar lo que puede pisarse, extenderse hacia lo cotidiano, encontrar lo que de orilla hay en poner lavadoras. Entra en el entramado de palabras, se acerca a la trabazón de lo narrado, y desde esa periferia poética, se atreve a contar
Aha.

Nos vamos a comer.
B. se queda en el filo del acantilado, con su palabra resto, a punto de extinguirse.
Sin dejar de mirarnos, yo me adentro en la tierra.


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