martes, 12 de julio de 2011

Un señor

Tenía algo que contar. Algo sobre un señor. Un señor hermoso. Con una nariz hermosa. Un señor que parece pertenecer a la calle o a la arena o a la piel endurecida, que no sé cual es, pero la conozco. (Las pieles y sus lenguajes). Un señor que transita las calles paralelas, las adyacentes. Un señor que parece saber siempre dónde va.

Y claro, yo; yo ya casi he aprendido los misterios de la contención (miento, pero aquí vale), y sin embargo, siempre le miro. Le miro descaradamente. No le grito, pero no es necesario. Le miro como gritando. Y él sólo sonríe un poco, como con piedad. Y continúa caminando, y yo continúo caminando.

Continúo caminando también por esas calles otras, como reservadas a los que no estamos del todo aquí. Y continúo caminando y me voy girando. Y me digo: "Dile que tú también estás en esas calles descampadas. Dile que le conoces de antiguo. Dile que estás a punto de algo trascendente y verbal, que ahora sólo puede insinuarse con desorden. Dile que sabes que no todas las pieles tienen la misma gramática".

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