En la secuencia del retrovisor se entiende que nada tiene que ver la pisada de un domingo con la de un lunes.
Después de despedirse, marcha; alterna con lentitud el peso de una pierna hasta la otra; como si no le perteneciese, su cuerpo avanza.
No puede escucharse pero es evidente: algo cuenta la acera antes de entrar a casa, y el espejo no logra mostrar la portería.
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