lunes, 12 de noviembre de 2012

Fuera

Estábamos en el dormitorio. Estaba oscureciendo.
Podían ser las siete de la tarde o podían ser las nueve,
o fuera,
quizá, tal vez,
el mundo había desaparecido.
Fumábamos desnudos dentro de la cama
y a mí me parecía que de tanto sentir,
se me iba a partir algo:
el corazón o los neurotransmisores
o cualquier forma de quietud
que me quedase.
De manera que le acariciaba la esquina del hombro,
las desembocaduras de los brazos,
el perfil del rostro que me daba,
haciendo que mis dedos fuesen
el sonido itinerante
que me concedía el lujo
de no romperme.

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