Tengo este pulso negro de melancolía.
El doctor lo descubrió cuando buceaba en mis vísceras en busca de no recuerdo qué.
Quedé con todos los cortes repuntados en plata y la piel macilenta y superpuesta.
La piel abocada, cicatrizada toda; metros de cicatrices que llevan a la primera luz o a las últimas contenciones de la noche.
El doctor dijo:
"Tú no tienes sangre, esto es un hormiguero de melancolías, casi que me trepaban por los brazos, casi que se me hacen a mí, como se hicieron a tu hígado o a tu intestino armado de negruras, chica".
Ya lamía yo mis laceraciones.
Ya lamía yo la arritmia de este pulso.
Ya salía, ya, y unía la línea de puntos de mis marcas para dibujar otra constelación.
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